Don Wilfredo Encarnación emigró a Santo Domingo, desde un campo de San José de Ocoa (Región Sur) tras ver todas sus pertenencias destruidas por el huracán David de 1979. Desde entonces aprendió a fabricar, de manera artesanal, los “suapes” (trapeador, mapo, mopa fregona, escoba de trapear, lampazo, trapero, coleto) que elabora con tal agilidad que se nota la destreza adquirida por los años. Pero esos años de tantas dificultades y tropiezos no le hicieron desfallecer, se mantuvo firme y activo procurando el sustento de su familia.
Inicialmente, vendía los suapes en la calle, pero luego fue captando clientes de grandes empresas, de ferreterías, colmados, supermercados y tiendas, hasta tener una amplia clientela a la que ha logrado fidelizar respondiendo siempre a la cantidad de productos que cada uno le solicita. Es decir, por pedidos, pero como es un trabajador incansable él mantiene una búsqueda constante de nuevos clientes.
Lleva 15 años apoyándose en el microcrédito y sostiene que, de los 25 años de oficio, estos préstamos han sido la columna principal del crecimiento de su negocio. Durante la pandemia tuvo que cerrar totalmente su fábrica porque quienes le suplían a él y a quienes él les vende no estaban laborando tampoco. Tan pronto se reactivó un poco el comercio don Wilfredo empezó a llamar por teléfono a sus clientes y despachó los pedidos que ya les tenían listos, aprovechando una repentina demanda por personas que permanecían más tiempo en el hogar, lo que le permitió recuperarse.
Producir y vender no lo es todo, saca tiempo para colaborar con la iglesia de su comunidad (Sabana Perdida, Santo Domingo Norte) y para compartir con la familia. A sus 64 años, vive con su esposa y una nieta, se siente satisfecho de haber logrado, por medio del negocio de venta de suapes, construir su casa y acomodar a su familia, además de ayudar a algunos de sus hijos en emprendimientos personales. Hoy, su meta es mantener la calidad de su producto y captar nuevos clientes.